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Editorial.

Queridos lectores, hoy es un día grande ya que inauguramos este noticiario que dista mucho de los que están habituados a leer y en el que les contaremos experiencias personales de manera breve, opiniones sucintas y recomendaciones chics para no perder el aire del antiguo  “Le Monde Chic News” que tantas alegrías nos dio. Comenzamos pues con toda la ilusión de quien estrena algo y con la esperanza de que ese algo les guste. ¡Adelante rotativa!

Surrealismo en La Caixa.

No sé si ustedes habrán vivido algo semejante a lo que mi madre y yo vivimos hace unos días. Me da a mí que no.

Con la inocente intención de realizar un ingreso en la cuenta de un familiar y el entusiasmo propio de las mañanas que uno se coge libre, acudimos a una oficina de La Caixa en la ciudad de Pontevedra. La señorita al otro lado del mostrador, una chiquilla joven y amable, nos pidió el número de cuenta de dicho familiar para hacer el ingreso y el DNI de mi madre que era la “ingresante” en este estrambótico caso. Hasta ahí todo normal.

Aquí estoy con vestido de Malene Birger, trench “oversize” de Amai Rodríguez, botines de Bruno Premi, gafas vintage de Lagasca Vintage y bolso de pana de Isabel Marant, posando ante la kafkiana oficina.

 

Cuando ya pensábamos que la operación estaba realizada -y los de la cola se estaban frotando las manos ante la idea de adelantar un puesto-, nuestra interlocutora le preguntó a mi madre sus ganancias anuales ya que el ordenador no le dejaba hacer el ingreso sin este dato. Sí, ya sé que es un poco raro pero le dimos la referencia. Manipuló las teclas de la computadora y una nueva cuestión surgió de la insistente pantalla de su ordenador: ¿De dónde provienen esas ganancias? ¿Recibe alguna prestación social? Este tercer grado, más propio de un inspector que de un banco, fue justificado por nuestra joven inquisidora en aras de cumplir con la Ley de Prevención de Blanqueo de Capitales. El caso es que, sorprendentemente le fuimos contestando a todas las cuestiones animadas por varias circunstancias: nuestro buen humor matinal, la curiosidad de hasta donde podía llegar esto, la afabilidad y agobio de esta empleada y nuestra condescendencia con los trabajadores jóvenes que tienen que aprender aún. Pero no, el ordenador erre que erre seguía sin permitir el ingreso. Mi madre y yo no dábamos crédito y suponemos que el banco tampoco porque, si ni siquiera se nos permitía hacer un ingreso, imagínense lo de pedir un préstamo.

Al fin, fuimos liberadas de este oprobio cibernético por un compañero con más experiencia que logró ¿engañar, quizás? al diabólico ordenador que probablemente sufría de un hackeo del Ministerio de Hacienda. (¡Virgen Santa!)

Reivindicación de las uñas sin pintar.

Percibo cierta tendencia hacia las uñas sin pintar. Tras un período de locura, que todavía continua, con manicuras y pedicuras de todo tipo, se agradece la sobriedad, tranquilidad y elegancia de unas uñas cuidadas y sin esmaltes estridentes. En las redes sociales de Gucci pueden encontrar mil ejemplos y qué quieren que yo les diga, a mí, personalmente, me encantan así. (Véase el artículo que escribí para Política y Moda hace unos cuantos años)

Nuestra reina Letizia también suele ir con las uñas naturales y Kate Middleton lo mismo ya que, por lo visto, el protocolo de la casa real británica es muy estricto con el tema.  Es de suponer que casas como Chanel y otras que tienen línea cosmética no van a seguir a Gucci. Yo sí porque siempre me han gustado así las uñas aunque a veces haya claudicado. La carne es débil y la uña pegada a la carne también.

Manos de Kate Middleton. Imagen de la revista Elle Mexico.

Uno de los problemas de pintarlas es que las tienes que llevar impecables si no es un horror pero por otro lado, te oculta lo que puede haberse colado dentro de la uña. Por eso, si las llevas sin pintar, el cuidado y mimo tienen que ser de igual intensidad o más. Yo, que muchas veces me voy a trabajar al jardín y me olvido de ponerme guantes, las paso canutas después para recomponerlas. Hundan las manos en la tierra y sabrán de qué les hablo.

Una de mis garras.

¿Y cómo tener las uñas bonitas? Por la mañana les aplico aceite de argán o aceite de camelia, ambos sirven. Por la noche, vaselina neutra. He conseguido un brillo natural espléndido y una verdadera arma de defensa. Al que se meta conmigo, ya le puedo clavar las uñas sin temor a que se me rompan.

Vinos ideales.

Cuando voy a comprar un vino me interesa que esté rico. Sí, normal. Pero también me interesa disfrutar con su etiqueta. En alguno de los cursos de cata que hice hace muchos años, recuerdo que nos dijeron que la cata de un vino comenzaba con la etiqueta. Y es verdad. Por suerte, cada día, las bodegas se esmeran más en mostrar humor, arte, estética o algo más que información en la etiqueta de sus vinos. Éste que aquí les muestro se lleva la palma de oro de los últimos que he probado.

 

¿Ven la etiqueta borrosa? Normal, es en 3D y necesitan las gafas incorporadas ad hoc en la botella. También incluye entrada de cine.

 

Encontrado en Carrefour, no se crean que tuve que irme a una vinoteca, la etiqueta de este albariño D.O. Rías Baixas se inspira en las pelis de ciencia ficción y terror de hace unas cuantas décadas y de las que, para mayor regocijo, soy ferviente fan.

Y con esto y un bizcocho no les emplazo hasta mañana a las 8, ¡ya me gustaría! Otras actividades profesionales me reclaman. Aguanten, tengan paciencia y sufran a gritos si es necesario -sufrir en silencio es para otras cosas- que nos volveremos a ver en breve en este extraño mundo que nos ha tocado vivir pero que da tanto juego para los que disfrutamos escribiendo.

Sylvie Tartán Magazine.

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